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sábado, 27 de abril del 2024
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LA AMPLIACIÓN DEL CASERIO EN EL SIGLO DEL MAÍZ
©Alberto Santana
En el nuevo granero del siglo XVII se instalaron los gigantescos trojes de trigo heredados del siglo anterior
En el nuevo granero del siglo XVII se instalaron los gigantescos trojes de trigo heredados del siglo anterior.
© Xabi Otero

Aunque la fórmula del cuerpo delantero de soportal con granero tuvo mucho éxito, ello no quiere decir que se difundiera con el aspecto de Igartubeiti. El modelo de pórtico abierto con postes y fachada de tablazón fue muy poco imitado, y desde la segunda mitad del siglo XVII se propusieron versiones más ricas, más sólidas y suntuosas en las que el soportal se reducía, los postes eran sustituidos por pilares de sillería con arcos y los cerramientos del granero por buenos muros de mampostería con ventanas de piedra labrada. La ampliación de las crujías laterales también tuvo consecuencias importantes en la forma de vida de las personas y animales de la casa. El añadido del flanco occidental permitió organizar mejor el uso de la cuadra, y aunque no proporcionó mucho más espacio para la cabaña de ganado, sí facilitó la separación de especies y una distribución más funcional del área destinada a bodega, el estercolero, y la zona de almacenaje de los aperos de labranza, así como la creación de una cochiquera bien delimitada en la que poder encerrar a la cerda de cría con sus lechones.


La única pared de piedra de la cocina se utilizó para crear estantes empotrados para el menaje de la casa
La única pared de piedra de la cocina se utilizó para crear estantes empotrados para el menaje de la casa. © Xabi Otero

La familia notó el cambio sobre todo en el área nocturna de la vivienda. La gran cocina zaguán permaneció practicamente inalterada, pero sin embargo toda la nueva crujía oriental se destinó exclusivamente a dormitorios, de manera que la antigua habitación colectiva quedó relegada a zona de tránsito, despensa y telar, y en contrapartida la familia se repartió en tres nuevas estancias independientes. Las nuevas habitaciones se cerraban al exterior con sólidos muros de piedra, tenían tabicajes internos de mampostería o ladrillo a panderete, suelos de tarima y disponían cada una de su propia ventana orientada a la salida del sol, a través de la cual podían airearse una vez al día. En términos de confort, higiene y privacidad, la transformación fue radical. De las tres habitaciones la delantera recibió un tratamiento especial. Por ser la más próxima al fuego de la cocina resultaba la más cálida y por ese motivo sería la de uso preferente de los ancianos de la familia. Es el único dormitorio con sus cuatro paredes de piedra, incluso el medianil que la separa de la cocina se alzó en mampostería, eliminando el antiguo escaño del siglo XVI y los atablados machihembrados. Este muro divisorio, además de garantizar un buen aislamiento, permitió la creacion de un conjunto de anaqueles y alacenas de madera empotrados, de gran utilidad para ordenar los enseres de cocina en una casa que carecía por completo de armarios, aparadores o cualquier mueble de estructura vertical. Lo que singulariza a este dormitorio es que además de su puerta interior de comunicación con la cocina, dispone de un acceso indepediente desde el soportal. No se trata de un caso único entre los caseríos vascos y al parecer su uso histórico estaba vinculado con la tradición de ofrecer alojamiento a los transeuntes (artesanos ambulantes, pastores, peregrinos, buhoneros,...) a quienes se permitía dormir no sólo en el pajar, sino en alguna de las habitaciones, aunque manteniéndoles separados de las propiedades valiosas de la familia, de las jovenes doncellas o de zonas de la casa, como el hogar, donde pudiesen causar algún daño, y facilitándoles una salida directa a la calle. No se han conservado huellas materiales o documentales de que la casa tuviera telar, pero es muy probable que éste existiese y de ser así estaría situado en una esquina de la cocina o en el tránsito interior. El mejor indicio de su existencia es que en dos de los postes de la fachada antigua del caserío, que tras la obras de ampliación quedaban protegidos al fondo del soportal, se han encontrado las huellas de sendas filas de clavijas de madera que fueron utilizadas como urdidor, el bastidor en el que se preparaba la urdimbre de hilo de lino que posteriormente era tensada en el plegador del telar vertical.


Las camas altas de la casa estaban formadas por un armazón de cuatro pilares de madera unidos por largueros superiores e inferiores. En los bajos se ataba una red de cuerda sobre la que reposaban el jergón y los colchones. En los altos se colgaban el dosel y las cortinas.
Las camas altas de la casa estaban formadas por un armazón de cuatro pilares de madera unidos por largueros superiores e inferiores. En los bajos se ataba una red de cuerda sobre la que reposaban el jergón y los colchones. En los altos se colgaban el dosel y las cortinas.
© Xabi Otero

En la planta superior las nuevas ampliaciones laterales se convirtieron en camarotes, desvanes y secaderos suplementarios, con un acceso complicado, pues el nivel de forjados de los mismos quedaba situado a una cota inferior a la del pajar y lagar históricos. En el flanco oriental de la casa se preservaron incluso las tablas machihembradas de la fachada primitiva, que ahora servían como tabicaje de modulación interna entre espacios diferenciados, y para completar la organización de estas nuevas dependencias se utilizaron paneles de estructura mixta, de tablazón o de verganazo de varas de avellano entretejidas. La ventilación de estos camarotes laterales, adecuados para almacenar la cosecha de frutos secos, manzanas, cebollas, ajos, nabos, así como para el desecado de las pieles y cueros de los animales de granja sacrificados, se obtenía mediante ventanillos bajos en la cara de Levante y a través de los huecos creados bajo el alero, entre los cabrios y el muro, en la cara de Poniente, la más expuesta a la lluvia y el viento frio.

Una de las pocas cosas que no cambiaron en el caserío fue el lagar. Tras algunos pequeños ajustes este siguió siendo operativo después de la reforma del siglo XVII, a pesar de que fue precisamente en aquellos años cuando empezó a introducirse una tecnología de lagares de multiples husillos de presión directa que en apenas unas décadas desplazarían por completo a las grandes máquinas de palanca de los nuevos caseríos guipuzcoanos. Que el lagar de Igartubeiti fue sometido a algunas reformas para continuar en uso puede apreciarse por la sustitución de la abrazadera-guía que mantiene al tornillo en posición vertical a pesar de los vaivenes del giro. Originalmente esta abrazadera estaba formada por dos piezas de madera en media luna insertadas en los solibos del forjado, pero a raíz de la obra estos fueron sustituidos por una viga horadada más gruesa, dispuesta en sentido ortogonal a los viejos soportes. Esta viga era en realidad uno de los postes del caserío del siglo XVI que había sido desmontado y reutilizado para esta nueva misión, como aun puede comprobarse por las cajas de ensamblaje en golondrina que luce en una de sus caras visibles.


En la separación entre el pajar y el secadero de frutos se utilizaban mamparos de tabla y entramados de verganazo hecho con varas de avellano, para facilitar la ventilación interior
En la separación entre el pajar y el secadero de frutos se utilizaban mamparos de tabla y entramados de verganazo hecho con varas de avellano, para facilitar la ventilación interior.
© Xabi Otero
Abrazadera de madera situada bajo la tarima de la primera planta y destinada a mantener la verticalidad del husillo del lagar
Abrazadera de madera situada bajo la tarima de la primera planta y destinada a mantener la verticalidad del husillo del lagar. © Xabi Otero

Una vez más ignoramos quién fue el responsable del proyecto de ampliación de Igartubeiti. En los años veinte del siglo XVII los dos carpinteros más activos en la construcción de caseríos del entorno eran maese Francisco de Zumaeta y maese Domingo de Salsamendi, ambos naturales de Zumarraga. Eran los autores, entre otras, de la edificación de las caserías de Zeaia y Txaintxo en 1624, por encargo del concejo de Ezkioga, y es posible que Domingo de Arregui, el nuevo dueño adventicio de Igartubeiti, recurriera a ellos, pues había tenido contacto con ambos, especialmente con el segundo.





Husillo del lagar y cabeza de la viga de prensado, con la tuerca exterior y basculante, sujeta con cuerdas
Husillo del lagar y cabeza de la viga de prensado, con la tuerca exterior y basculante, sujeta con cuerdas.
© Xabi Otero

Domingo de Arregui había llegado del barrio Eizagirre de Azpeitia, situado en la vertiente norte del monte Izazpi, que domina el término de Ezkioga, a menos de dos horas de marcha por caminos vecinales. No conocemos mucho de su pasado, pero en contrapartida cabe atribuirle buena parte del mérito de haber devuelto a Igartubeiti su rentabilidad económica y su reputación social en el concejo. Apenas unos años antes, su suegro Joan de Cortaberria Ygartua, a quien al parecer no le había sobrevivido ningún hijo varón, tenía la labranza medio abandonada por falta de brazos y se centraba sobre todo en la cría de ganado, gracias a la asistencia de acuerdos a media ganancia con otros campesinos de la comarca. Arregui, sin embargo, llegaría con los años a convertirse en regidor de Ezkioga11, y junto a su mujer Catalina inauguraría una saga de respetados labradores de su mismo apellido que se extendería sin interrupción hasta comienzos del siglo XIX. Su hijo mayor y heredero, Pedro de Arregui, casado con Catalina de Usabiaga, sería uno de los impulsores del proceso de segregación de la Alcaldía Mayor de Areria y de conquista de la independencia municipal para Ezkioga1, en 1661. También sería uno de los primeros propietarios en enrolarse en la compañía de hombres armados que se formó en 1662 para reafirmar la plena autonomía jurisdiccional del pueblo. Sólo este gesto ya simbólico suponía un marcado contraste con su abuelo materno, Joan de Cortaberria, que ni siquiera había sido capaz de alistarse en el alarde de la milicia que se reunió en 1613, y en la que exhibieron sus arcabuces, picas y mosquetes todos los buenos vecinos de Ezkioga .

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