El caserÃo Igartubeti vivió un importante proceso de transformación a comienzos del siglo XVII que le llevarÃa a adoptar su fisonomÃa actual, adaptándose a nuevas necesidades productivas y a nuevas exigencias de confort planteadas por sus habitantes. A diferencia de lo que habÃa ocurrido en el tránsito de la cabaña medieval al caserÃo moderno, esta transformación se produjo sin derribar la obra precedente, sino simplemente agregando al edificio heredado nuevos cuerpos adosados que, aunque acabaron por ocultarlo por completo, lo preservaron casi intacto en su interior. La decisión de ampliar la casa debió de tomarse hacia 1625, probablemente al mismo tiempo que se acordaba el matrimonio entre la heredera del caserÃo, Catalina de Cortaberria, y su prometido Domingo de Arregui, y no habrÃa que excluir que fuese con la dote nupcial del novio con lo que se costearon los primeros pagos de la obra, ya que esta era una práctica tradicional en el mundo rural vasco.
La ampliación consistió en añadir sendas crujÃas laterales a ambos lados del edificio y una crujÃa delantera que le dotarÃa de un nuevo frontis. El nuevo cuerpo adosado a la fachada se alzaba sobre grandes postes de roble, algunos de ellos reutilizados, procedentes del interior del caserÃo viejo, y se cerraba con muros de mamposterÃa en sus crujÃas extremas. Las cuatro crujÃas centrales, sin embargo, constituÃan un amplÃsimo pórtico cubierto en la planta baja, mientras que sobre ella se habilitaba en la planta superior un vasto granero cerrado al exterior con tablas.
El nuevo soportal, luminoso y reparado de la lluvia, con el pavimento enlosado con lajas de piedra negra, se convertÃa en un espacio idóneo para aparcar el carro y otros aperos pesados, para almacenar leña y para criar animales menores, como gallinas, capones y conejos, pero sobre todo ofrecÃa unas condiciones inmejorables para desgranar las espigas de trigo a salvo de la lluvia, el viento y la suciedad, y por ese motivo al pórtico se le denominaba "era". La trilla se realizaba bien vareando las mieses con mayales o bien golpeando las gavillas contra una losa de piedra inclinada. Aunque el soportal era una invención muy oportuna para trillar a cubierto, los labradores estaban ya habituados a realizar esta labor en condiciones incómodas y el simple deseo de mejora no hubiese justificado por sà solo el gasto y el esfuerzo constructivo de la ampliación de la casa. Distinta importancia tenÃa la creación de un gran granero o secadero en la planta alta, que resultaba imprescindible para la producción del maÃz, un nuevo cereal que habÃa comenzado a popularizarse en los campos vascos tan solo un par de décadas antes. En efecto, las mazorcas importadas de América requerÃan un tratamiento muy diferente al del trigo y el mijo para poder ser transformadas en harina e incorporadas a la alimentación familiar. Asà como el trigo se podÃa moler nada más terminar la cosecha o conservarse a salvo de los roedores en un troje cerrado, seco y oscuro, y extraer paulatinamente las cantidades necesarias para llevarlas al molino, con el maÃz este procedimiento era imposible. La "borona de las Indias" o el "mijo de los moros", como era denominado inicialmente, no podÃa molerse en verde y necesitaba de varias semanas de secado antes de llevarse al molino, a riesgo de que las muelas se empastasen y la maquinaria pudiera llegar a averiarse. Este secado debÃa realizarse extendiendo las mazorcas en una superficie cubierta y muy ventilada, porque si se apilaban o entrojaban el riesgo era que fermentasen y resultasen incomestibles. El secado tampoco podÃa prolongarse demasiado, porque muy pronto las panochas criaban "mariposa", un parásito que las devoraba con rapidez, de modo que una vez curadas era necesario desgranarlas en pocos dÃas, lo que solÃa hacerse en grandes y animadas veladas familiares al anochecer, o incluso turnándose para reunirse con varios vecinos de los caserÃos más próximos.
La difusión del maÃz implicó la desaparición de muchos seles invernales, los que se situaban en las proximidades de los caserÃos y cerca de los fondos de valle, cuyas parcelas fueron dedicadas al nuevo cultivo. Con ello se reducÃan los recursos de pasto al aire libre y se obligaba al ganado a permanecer más tiempo encerrado en los establos, con la consiguiente necesidad de aumentar la cantidad de forraje necesario para alimentarlo. Al mismo tiempo el maÃz sustituyó al mijo en los campos vascos, lo que no sólo supuso un cambio en la dieta humana, sino también en la animal, ya que a las vacas se las cebaba durante el invierno con manojos de paja de mijo. A raÃz de estos cambios trascendentales en la estructura de la agricultura local a muchos de los caserÃos pequeños o de tamaño medio construidos durante el siglo XVI, como era el caso de Igartubeiti, el espacio de que disponÃan en el pajar les empezo a resultar insuficiente para almacenar toda la cantidad de heno que necesitaban para dar de comer a sus animales. Si no habÃa sitio para apilar la hierba, mucho menos lo habÃa para poder extender las mazorcas de maÃz sobre la tarima con suficiente holgura como para evitar que fermentasen. De este modo, la idea de añadir un cuerpo delantero a la casa vieja y dedicar toda la superficie de la planta superior del mismo a granero y secadero de maÃz prendió con un éxito extraordinario en miles de caserÃos que se renovaron durante los siglos XVII y XVIII.
Igartubeiti fue uno de los pioneros en esta oleada de modernización de las antiguas granjas dedicadas al trigo, el mijo y la sidra. La obra se realizó minimizando los costes y utilizando la madera como material de construcción para casi toda la fachada delantera. El resultado fue un gran castillete de tablas que prolongaba la linea de cumbrera y las pendientes de la cubierta de la casa vieja, cuya fachada original quedaba ahora convertida en un mamparo de tabicaje interior que separaba al pajar y lagar del nuevo granero. A este nuevo espacio se traladaron los pesados trojes de trigo, liberando por completo el pajar, y en él se colocó un nuevo artilugio: la mesa de desgranar maÃz, medio tronco hueco con el fondo perforado por múltiples orificios. En ella se introducÃan las mazorcas y se las golpeaba con mazos de madera hasta lograr que se desprendieran los granos y cayeran al suelo a través de los agujeros. La fachada disponÃa de ventanas para facilitar la ventilación, y las propias tablas de cerramiento, clavadas al entramado y dispuestas con los cantos a tope, permitÃan una constante circulación de aire que no se hubiese podido lograr con los antiguos atablados machihembrados.