Lo más complicado de contar la historia de Igartubeiti es decidir cuando y por donde empezar. Aunque pueda parecer desconcertante, proponemos comenzar por el medio, desde un punto que al menos nos ofrezca algunos asideros seguros a partir de los cuales tratar de descolgarnos hacia el oscuro pozo de los orÃgenes;aunque vaya esta advertencia por delante la mayor parte de los peldaños de la bajada han desaparecido o están tan rotos que no ofrecen ninguna fiabilidad.
Este punto intermedio que proponemos es el que separa al caserÃo Igartubeiti que conocemos hoy en dÃa de sus antepasados medievales. El edificio actual del caserÃo Igartubeiti no inició su construcción hasta mediados del siglo XVI, aproximadamente hacia 1540, como más adelante tendremos ocasión de explicar. Pero, paradójicamente, los últimos Igartua, propietarios y promotores de la edificación de la casa, y que ostentaban el nombre del solar como apellido locativo, desaparecieron en el plazo de una generación a partir de esta fecha. De este modo, con la construcción del nuevo Igartubeiti y la muerte de los últimos Igartua se cerraba una fase medieval y comenzaba el periodo moderno de la casa.
Sin embargo, que los Igartua estaban bien asentados en el concejo de Ezkioga desde mucho antes de la construcción del actual Igartubeiti es un hecho que está fuera de toda duda. Las primeras noticias fehacientes de su presencia se remontan a fines del siglo XIV, concretamente al año 1383, cuando dos personajes con ese apellido, posiblemente un padre anciano y su hijo designado como heredero, intervienen de manera determinante en el proceso de fundación de Villarreal de Urretxu, una pequeña urbe amurallada que vino a trastocar el equilibrio de fuerzas existente en la comarca entre los grupos de campesinos, los linajes señoriales y los burgueses de otras villas próximas.
Villa Real es fundada por Juan I de Castilla en el terreno despoblado de "Hurreyçua" respondiendo a la solicitud de un grupo de veinticuatro vecinos que pretenden dotarse de una institución municipal que les garantice el derecho a una tutela jurisdiccional propia, dependiente únicamente del rey, y les libre de exacciones arbitrarias de la aristocracia local, como los Lazcano, y de la expansiva voluntad de dominio de su entorno rural de la poderosa villa de Segura.
Entre los firmantes de la petición figuran "Peydro de Iartua y Per Ynegues de Iartua", procedentes de Ezkioga, que unen sus fuerzas a otros labradores de su misma colación, en concreto de los caseríos que hoy en día se denominan Salete, Sagastizabal y Aranburu, así como con un grupo de familias campesinas de los caseríos situados en la regata de San Cristóbal, en Zumarraga, conocidos por Areizaga, Iburreta, Aranburu, Liartzu, Ondarra y Loidi.
La propuesta de fundación de la villa de Urretxu tiene para estos labradores libres de Ezkioga y Zumarraga una intencionalidad meramente instrumental. En principio ninguno de ellos tiene la más mÃnima intención de trasladar su residencia a la calle o aspira a convertirse en artesano o mercader. Pretenden y la mejor prueba de ello es que, de hecho, lo consiguen seguir viviendo en sus caserÃos dispersos, dedicados a la labranza y la crÃa de ganado. No les interesa el hecho urbano, lo que buscan es la ciudadanÃa, con su corolario de derechos y libertades. Disponer de una villa en la cual avecindarse nominalmente es decir, sólo jurisdiccionalmente, pero sin residir en ella les posibilitará ante todo disponer de un juez propio, el alcalde, ante el que sustanciar sus reclamaciones y a quien solicitar protección, y en segundo lugar lograr la garantÃa de que sus tierras mantengan el carácter de ingenuas, libres de cualquier prestación de tipo señorial. Para conseguir esto los labradores están dispuestos a pagar: a contribuir al sostenimiento de las cargas concejiles y los sueldos de sus oficiales, aunque no se beneficien directamente de su acción de policÃa urbana.
También están dispuestos a fingir hasta sus últimas consecuencias la simulación de su interés en la construcción fÃsica de una ciudad. Para llevar a cabo la planificación urbanÃstica de la nueva villa y, en particular, el trazado y reparto equitativo de los solares sobre los cuales construir las viviendas, el rey designa a una comisión de cinco hombres, entre los cuales están Pedro Iñiguez de Iartu y su vecino de Ezkioga MartÃn Ibáñez, del caserÃo Salete. Ambos han sido recomendados ante el monarca como "hombres buenos y sin sospecha" de modo que debÃan de gozar de cierta respetabilidad y arraigo en la comarca, aunque esto no tenga por qué significar necesariamente una destacada preeminencia económica.
Apenas dos meses después de la concesión de la carta puebla a Villarreal, cuando aun no habÃa transcurrido el tiempo suficiente para edificar siquiera la primera casa urbana, los vecinos de la colación de Santa MarÃa de Zumarraga completan la operación de blindaje jurisdiccional iniciada por ellos mismos solicitando su anexión a la villa. Obviamente se trata de la incorporación a una institución protectora, y no de la integra ción en una ciudad que todavÃa no existe y que tardará mucho tiempo en despegar como una auténtica realidad urbanÃstica. Los labradores de la colación de San Miguel de Ezkioga, cómplices en el proyecto desde el inicio, tratarán de repetir el mismo proceso de emancipación jurisdiccional menos de dos años más tarde, pero esta vez saltarán las alarmas en los centros de poder de la comarca, que movilizarán sus recursos e influencias para someter a esta pequeña comunidad aldeana.