En el caserÃo Igartubeiti no queda nada que nos recuerde a su pasado medieval, salvo su nombre y su emplazamiento. Esta constatación no tiene nada de particular, puesto que ninguna de las casas medievales del PaÃs Vasco Húmedo ha sobrevivido en pie hasta la actualidad; ni siquiera parcialmente. Parece como si todos los rastros de la arquitectura doméstica anteriores al reinado de los Reyes Católicos, ya fuera esta urbana o rural, hubiesen sido deliberadamente borrados de un solo plumazo. Únicamente algunos fragmentos de las residencias aristocráticas góticas, las torres habitadas por los linajes banderizos, parecen haber escapado a esta regla universal de aniquilamiento, aunque incluso estas últimas resultan excepcionales y, desde luego, son muchas menos de las que habitualmente se pretende hacer pasar por torres medievales.
Aunque se conocen múltiples episodios de asaltos e incendios accidentales o provocados de casas aisladas, y aun de ciudades enteras, ocurridos en el PaÃs Vasco en los años finales del siglo XV y en las primeras décadas del siglo XVI, ninguna catástrofe bélica o natural podrÃa nunca explicar satisfactoriamente las dimensiones de la completa extinción de toda la arquitectura doméstica de un territorio tan extenso. En realidad sólo un prolongado escenario de paz social y una coyuntura económica favorable constituyen el contexto histórico adecuado para interpretar lo que fue un proceso de rápido cambio social:un cambio de paradigma cultural y de forma de vida, no explÃcito pero sà colectivamente aceptado. No fue un cataclismo el que exterminó a las casas medievales del PaÃs Vasco Atlántico, sino una convicción unánime, progresiva y socialmente interiorizada, de la necesidad de sustituir la vieja cabaña heredada:reducida, incómoda y frágil, por un nuevo modelo de vivienda. En este proceso de renovación o reconstrucción generalizada de la casa familiar, que se inició a fines del siglo XV y se extendió a lo largo de toda la centuria siguiente, nació el caserÃo, como una tipologÃa regional especÃfica de arquitectura vernácula europea, y como tal continúa vigente hasta la actualidad. Nadie tuvo que obligar a los labradores a deshacerse de sus viejas casas. Ellos mismos se encargaban personalmente de derribarlas, como hacen constar con frecuencia en los contratos de obra que suscribÃan con los profesionales que habrÃan de edificar su nueva vivienda. Es más, el derribo del caserÃo natal y el acarreo de materiales de obra solÃan ser las únicas contribuciones personales del propietario a la edificación de su nueva morada, ya que el proceso de producción arquitectónica de los nuevos caserÃos estaba tan especializado que los labradores quedaban automáticamente excluidos de él por falta de cualificación técnica. Asà lo comprobamos repetidamente en el entorno de Igartubeiti a lo largo del siglo XVI, en casos como el del caserÃo Mendiaraz, en la frontera entre Urretxu y Legazpi, en el que "Joan de Mendiaras de Murua (el propietario) sea obligado y se obliga en forma a derribar toda la casa y caseria de Mendiaras de Suso, donde al presente bybe", o en el mismo municipio de Ezkioga, donde el dueño del caserÃo Olazabal acuerda con el maestro constructor que le contrate para derribar su propia casa: "El baxar y derribar la casa bieja sea a costa del dicho Joan de Arançadi de Olaçabal, y le pague el dicho maese Pedro sus jornales como a otro le da".
La invención histórica del caserÃo vasco conlleva múltiples implicaciones tecnológicas, sociales y productivas. Tecnológicas por la necesidad de importar, aprender a utilizar y difundir nuevas herramientas y técnicas de construcción con las que edificar miles de ejemplares de una tipologÃa arquitectónica completamente nueva. El caserÃo no surge por un proceso de generación evolutiva a partir de la cabaña medieval, sino como una reacción sustitutiva frente a la misma, y para acometer este salto necesitará apropiarse de experiencias técnicas foráneas.
Las implicaciones sociales de la difusión de un nuevo tipo de vivienda afectan sobre todo a las relaciones intrafamiliares. La configuración de un nuevo escenario de vida doméstica incide sobre los vÃnculos de jerarquÃa intergeneracional, los roles de género y las pautas de convivencia, asà como en la distinción progresiva entre lo público y lo privado, y en la introducción de nuevos conceptos como el de la intimidad, el confort o la representatividad social a través de calidad de la vivienda.
El caserÃo se configura desde su nacimiento como la primera y más importante de las herramientas de una unidad de producción agropecuaria. Es una herramienta cara, compleja y sofisticada. Es una casa, sÃ, pero en ella los elementos residenciales resultan muy secundarios, tanto en el espacio que ocupan como en la jerarquÃa de valores y esfuerzo constructivo que se les dedica, en comparación con las funciones y áreas estrictamente productivas del edificio. El espacio de habitabilidad familiar, ya sea esta diurna o nocturna, se limita en casas como Igartubeiti a menos del 15% de la superficie del edificio, mientras que el resto del caserÃo es una sucesión de ambientes especializados en la estabulación de diferentes especies de ganado, almacenaje individualizado de toda la variedad de productos de la cosecha y de diversas estancias dedicadas a la transformación de productos vegetales y animales, o a la realización de labores de artesanÃa. Esta multifuncionalidad eficiente y ordenada, y por tanto económicamente rentable, unida a su solidez constructiva, debió de ser la diferencia más evidente y atractiva que distanciaba a los primeros caserÃos de las antiguas cabañas medievales con las que aun tuvieron que convivir durante tres o cuatro generaciones, hasta que estas simplemente desaparecieron, porque ni estaban pensadas para ser construcciones duraderas, ni nadie pensó jamás en rehacerlas.