Campesinos libres y dispersos que promueven la fundación de ciudades para liberarse de la amenaza feudalizante de los señores de la tierra, o solicitan su avecindamiento nominal en villas ya constituidas para lograr el mismo efecto. Este es el panorama generalizado en Gipuzkoa, y también aunque con menor intensidad en Bizkaia, durante la segunda mitad del siglo XIV, y de forma más acuciante durante las dos últimas décadas. Tan sólo un mes antes de la fundación de Urretxu, los labradores de Aizarna, en la zona baja del mismo valle del Urola, habÃan solicitado al rey autorización para fundar la villa de Zestoa para defenderse de los asaltos y presiones señoriales de la aristocracia guerrera local, y apenas unos pocos años más tarde, en 1391, van a ser los vecinos inmediatos de Zumarraga, los pobladores de todos los caserÃos dispersos de la ladera de Uzarraga (Antzuola), quienes consigan ser admitidos en la villa de Bergara, privados de derechos polÃticos, pero amparados por la tutela jurisdiccional del alcalde. El caso más espectacular es el de la villa de Tolosa, que entre 1374 y 1392 firmará pactos con veintiséis colaciones de caserÃos dispersos y acogerá como vecinos propios a cientos de labradores de Berrobi, Gaztelu, Irura, Leaburu, Orexa, Abaltzisketa, Albiztur, Alegia, Altzo, Amasa, Amezketa, Anoeta, Baliarrain, Belauntza, Berastegi, Zizurkil, Elduain, Ernialde, Ibarra, Ikaztegieta, Lizartza, Orendain, Aduna, Alkiza, Asteasu y Andoain. La villa de Segura, por su parte, actuando como un auténtico poder feudal sobre las aldeas de su entorno, habÃa logrado agregar a su vecindario jurisdiccional en 1384 a Astigarreta, Zegama, Zerain, Gabiria, Gudugarreta, Idiazabal, Mutiloa y Ormaiztegi, siempre con la justificación de que bajo su autoridad estarÃan "mejor defendidos".
Al morir Juan I los labradores de Ezkioga y Zumarraga se movieron con rapidez y en 1391 enviaron una delegación al rey Enrique III para conseguir la confirmación de la carta puebla de Urretxu y de los pactos de anexión a una villa que seguÃa sin existir más que sobre el papel. PretendÃan asà adelantarse a cualquier movimiento de reivindicación de derechos señoriales de los Lazcano, patronos de la parroquia de Zumarraga, y del concejo de Segura, villa aristocrática que trataba de extender su hegemonÃa polÃtica a todo el Goiherri y el Alto Urola. Los campesinos dispersos entre ellos, destacadamente, "Ennego de Iartu" estaban jugándose su libertad frente a unos adversarios de extraordinaria musculatura. Era una partida que no podÃan ganar. Durante un par de décadas se permitieron vivir la ficción de que eran ciudadanos de una villa independiente, fundada y regida por ellos mismos desde sus caserÃos; nombraron su alcalde y su propio notario, e incluso enviaron representación a la Junta de la Hermandad de Gipuzkoa celebrada en Getaria en 1397, en la que se trató de poner freno a la insoportable violencia de los feudales, que ellos mismos padecÃan en primera persona. Pero muy pronto toda la construcción jurÃdica tan minuciosamente planeada saltó por los aires, al ponerse de manifiesto que la supuesta villa de Urretxu era tan sólo una cáscara vacÃa, una tapadera para lograr la emancipación de los habitantes de los caserÃos del entorno. Tras ser desenmascarados, los vecinos de Ezkioga caerÃan de nuevo en un estado de dependencia jurisdiccional del que no se liberarÃan, ya muy debilitados, hasta fines del siglo XVII.
Fueron los procuradores de la villa de Segura quienes destaparon el engaño de los labradores ante la corte de Enrique III en 1405. Una comisión arbitral nombrada al efecto destacó que al cabo de más de veinte años de la concesión de la carta puebla a Villarreal de Urretxu, tan sólo tres o cuatro pobladores habÃan venido a residir permanentemente en el casco urbano. Las cincuenta viviendas cuyos solares habÃan, supuestamente, delimitado con tanta precisión Pedro Iñiguez de Iartu y sus compañeros, simplemente no existÃan. Urretxu era una ciudad fantasma.