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miércoles, 24 de abril del 2024
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EL SOLAR DE IARTU, UN ASENTAMIENTO MEDIEVAL
©Alberto Santana
Bajo el suelo de la vieja cocina de Igartubeiti se conservaba el fondo de una cabaña de madera y ramas aun más antigua
Bajo el suelo de la vieja cocina de Igartubeiti se conservaba el fondo de una cabaña de madera y ramas aun más antigua. © Xabi Otero

Sabemos que los últimos Iartu o Igartua, que para lo que ahora nos ocupa es lo mismo edificaron el actual caserío Igartubeiti a mediados del siglo XVI, pero hemos querido averiguar donde vivían los emprendedores Iartu del siglo XIV, aquellos que fueron capaces de engañar al rey con el falso señuelo de Urretxu para tratar de ser más libres. Para ello hemos buscado las huellas de ocupación del solar medieval de Iartu en el propio caserío Igartubeiti, recurriendo a la excavación arqueológica de todo su interior y al sondeo de una amplia área de su entorno; en concreto, aquellas zonas que ofrecían mejores condiciones topográficas para la implantación de una vivienda estable dentro del reducido espacio disponible en la terraza sobre la que el caserío está instalado. Los resultados de la investigación que se exponen con más detalle en otro capítulo de estas mismas páginas han sido cuando menos desconcertantes.


Sorprendentemente, bajo el suelo de la cocina de Igartubeiti, se ha descubierto la planta de un pequeño edificio que estuvo construido con materiales perecederos: el primer ejemplar de arquitectura rural permanente de la Edad Media localizado en la vertiente cantábrica del País Vasco. Así mismo en el interior del caserío se han detectado restos de un breve muro, depresiones artificiales y orificios de postes que no definen con claridad ningún recinto construido y que resultan de muy difícil interpretación. Ninguno de los hallazgos ha ofrecido algún elemento que pudiera proporcionar una cronología absoluta de los mismos, y por lo que respecta al espacio que rodea al caserío la búsqueda de huellas de ocupación del pasado ha sido completamente infructuosa, lo que en términos de interpretación arqueológica puede significar indistintamente que, o bien nunca existieron,o que han desaparecido por actuaciones posteriores.


Las casas familiares dispersas colonizaron las laderas de Gipuzkoa hace más de mil años.
Las casas familiares dispersas colonizaron las laderas de Gipuzkoa hace más de mil años. © Xabi Otero

Los hallazgos, y sobre todo la ausencia de cronología de los mismos, plantean varios dilemas simultáneos de imposible respuesta en el estado actual de las investigaciones sobre la arquitectura doméstica medieval del área cantábrica. Los restos pertenecientes al edificio armado con materiales perecederos constituyen un fondo de cabaña con la estructura perimetral formada por 23 postecillos de madera y el suelo rehundido artificialmente en la roca hasta una profundidad media de 40 centímetros. Por el diámetro y la proximidad de los postes entre sí, el tipo de cerramiento que más le convendría a las paredes exteriores sería una urdimbre de ramaje, que pudo estar manteada con argamasa o arcilla para lograr un mínimo aislamiento, aunque ningún resto hallado permite confirmar esta hipótesis. Durante el siglo XIX el área de la cocina histórica de Igartubeiti, donde se ha encontrado el fondo de cabaña, fue segregada funcionalmente de la zona de vivienda y utilizada como establo para los bueyes, de modo que durante más de cien años su suelo fue sistemáticamente rastrillado en innumerables ocasiones para sacar al exterior las camas de los animales que eran esparcidas por el campo como fertilizante. Esto explica la ausencia total de cualquier resto arqueológico que no sean las improntas de las modificaciones artificiales realizadas en la roca madre. La cabaña de Igartubeiti es de planta elipsoide y debió de cubrirse a dos aguas, coincidiendo el eje mayor de la misma con la línea de cumbrera del caserío actual y con el propio espinazo de la ladera en la que se asienta. Internamente está dividida en dos ambientes por medio de un mamparo de postecillos, reservando a la zona de entrada el tercio delantero, y a la zona interna, más protegida, el 70% restante del espacio total. En este ambiente más profundo uno de los laterales aparece realzado del suelo, tallado en la roca a modo de banco largo o litera corrida. La articulación de espacios y la presencia de este bancal es la que nos hace suponer un uso habitacional para esta cabaña, lo que sale directamente al encuentro de uno de los grandes temas de discusión sobre la utilización histórica de los fondos de cabaña europeos.


Los fondos de cabaña, presentes en casi toda Europa en un amplísimo arco temporal que abarca desde la Edad del Hierro al menos hasta el siglo XII, se han asociado tradicionalmente a instalaciones auxiliares de la vivienda, tales como almacenes, silos, chozas de tejedores, talladores u otros trabajos de artesanía. Es verdad, sin embargo, que cada vez están surgiendo más evidencias de que algunas variedades fueron utilizadas como unidades de habitación permanente.

Otro de los prejuicios historiográficos relativos a los fondos de cabaña es el de que deben estar necesariamente integrados en conjuntos de edificaciones más amplios, formando aldeas o poblados agrupados. En Igartubeiti nada permite avalar esa presunción. No sólo no se han encontrado restos de otras cabañas, ya fuesen éstas viviendas o anejos auxiliares, sino que el espacio disponible en el entorno inmediato resulta tan reducido, como topográficamente inadecuado para establecer una explotación agropecuaria compartida entre varias familias.

En ausencia de una datación absoluta y de cualquier otro hallazgo similar en la vertiente cantábrica con el que establecer algún puente de analogía comparativa resulta vano tratar de interpretar el contexto histórico en el que pudo utilizarse la cabaña de Igartubeiti. En la vertiente mediterránea, y en ámbitos típicos de poblamiento concentrado, las casas construidas con postes de madera y urdimbre de ramas parecen haber sido habituales en los siglos VIII y IX, aunque no tenían los suelos rehundidos. A partir del siglo X serían sustituidas por edificaciones de tipo mixto en las que las soluciones en madera, cada vez más complejas, convivirían con zócalos y muretes de piedra en los cerramientos. Sin embargo no faltan ejemplos en otros espacios europeos más alejados, como el área balcánica, que demuestran que los fondos de cabaña con postes, con una distribución espacial similar a la de Igartubeiti, no sólo sobrevivieron sino que llegaron a tener un importante nivel de apogeo local hacia el siglo XII. El problema que plantea Igartubeiti es el de la antigüedad del poblamiento disperso, formado por granjas familiares geográficamente separadas, distanciadas entre sí pero no solitarias, sino que comparten el uso de una iglesia y su cementerio, y que en consecuencia se sienten integradas en una comunidad aldeana con personalidad propia y diferenciada. Desde luego no creemos que los Iartu del siglo XIV, y sus animosos vecinos de Zumarraga y Ezkioga con quienes fundaron Urretxu, paradigma de ese tipo descrito de poblamiento disperso, estuviesen residiendo a esas alturas de la historia en viviendas como la que sugiere el fondo de cabaña. Pero sin duda el fondo de cabaña de Igartubeiti, por su ubicación y características, responde al modelo de asentamientos unifamiliares permanentes dispersos, aunque en una fase de implantación más antigua. Por lo que respecta a los Iartu, no sabemos si su presencia en este solar en el siglo XIV obedece a una continuidad en la ocupación del mismo desde los tiempos del fondo de cabaña o a una reocupación de la parcela tras un periodo de abandono, pero su modelo socioeconómico de utilización del territorio fragmentado en unidades de explotación dispersas parece continuista.

Igartubeiti y las cabañas medievales de la ladera de Ezkioga se transformaron en auténticos caseríos durante el siglo XVI, aunque sin
Igartubeiti y las cabañas medievales de la ladera de Ezkioga se transformaron en auténticos caseríos durante el siglo XVI, aunque sin cambiar su emplazamiento. © Xabi Otero

¿Desde cuando existe el hábitat de caseríos dispersos en Gipuzkoa. Aún es muy pronto para decirlo, pero sólo la investigación arqueológica de nuevos Igartubeiti nos llevará a descubrir la respuesta a este interrogante fundamental, no sólo para entender la historia de este territorio, sino la de todo el País Vasco atlántico.

Por el momento bástenos saber que los nombres de los primeros caseríos familiares dispersos conocidos, y con ellos sus ubicaciones actuales, surgen a la historia escrita ya en 1025, en el primer documento en el que se cita la existencia de un lugar llamado "Ipuscoa": Gipuzkoa. Estos nombres, Ezeizazabal, Ezeizagarai y Berazubi de Tolosa, Arrospide de Albistur o Zuaznabar de Altzo, entre varios más, identifican hoy en día a casas familiares aisladas, y a lugares en los que por sus características topográficas resulta impensable la presencia de un poblado concentrado. Habrá que comenzar a pensar, por tanto, que no solo las cuestionables ideas sobre las familias extensas y seminómadas que supuestamente poblaban Gipuzkoa hace un milenio deben de ser olvidadas, sino que también algunas interpretaciones más recientes, que describen el paisaje rural de la Edad Media vascocantábrica exclusivamente en términos de aldeas concentradas, merecen ser revisadas.

La realidad histórica del poblamiento medieval estable parece ser más rica y variada de lo que hasta hace bien poco se pensaba. Mientras que el caserío aislado y solitario debe haber tenido una existencia escasa y tardía, probablemente vinculada a la ocupación permanente de seles ganaderos; las comunidades de caseríos unifamiliares dispersos, formando enjambres abiertos, se plantean, a través del ejemplo de Igartubeiti y del poblamiento del Goiherri, como una fórmula de ocupación del espacio temprana y muy difundida en el País Vasco Húmedo, con unos antecedentes documentales que pueden rastrearse al menos desde el siglo XI. Finalmente, la aldea concentrada, integrada por varias unidades de habitación reunidas en un núcleo agrupado -pero no urbanizado, ni ordenado- en las proximidades de una iglesia con su cementerio, constituye una modalidad de poblamiento bien arraigada en los valles cantábricos, sobre todo en el Alto Deba y en las áreas vecinas de Bizkaia (Duranguesado) y Araba (valle de Aramaiona), documentadas arqueológicamente desde el siglo IX.

Estas consideraciones dejan sin resolver el doble problema de fondo de Igartubeiti, donde, por una parte, tenemos una casa pero no sabemos con precisión quienes ni cuando la habitaron, y por otro lado contamos con la familia Iartu, con algunos de sus miembros bien identificados en un tiempo y un espacio concreto, pero no sabemos cómo era su casa, ni podemos asegurar con certeza cuál fue su ubicación exacta. Todo ello en el reducido marco espacial de un caserío vivo que lleva incorporado el nombre de los Iartu y contiene en el centro de su corazón a la cabaña fundacional. La posibilidad de identificar el pequeño muro longitudinal detectado por debajo de los grandes postes centrales del caserío actual, unido a algunos de los confusos agujeros de postecillos que le rodean y a la depresión artificial que delimita, con los restos de una estructura de habitación de tipo mixto bajomedieval es muy tentadora, pero no queremos ocultar que la hipótesis es endeble y que estos hallazgos, situados en un espacio tan alterado como la cuadra, son tan poco expresivos que no hemos logrado determinar a qué tipo de obra o periodo histórico pertenecen. En cualquier caso, si este fue el solar medieval de los Iartu y aquí estuvo situado su caserío gótico, ellos mismos se encargaron de derribarlo íntegramente en el siglo XVI para edificar en su lugar la casa que hoy vemos.

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