Igartubeiti no fue uno de los pioneros en el proceso de invención de los caserÃos vascos. Los ejemplos más antiguos que se han conservado en Gipuzkoa caserÃos como Larre de Villabona, Legarre de Altzo, Galarraga Goena de Errezil, Antxieta Goikoa de Azpeitia, Zupide y Mostei de Bergara o Etxezabal de Mutriku presentan rasgos estilÃsticos inequÃvocos de haber sido edificados en torno al año 1500 o incluso en la década precedente. Se trata en todos los casos de grandes edificios de piedra pertenecientes a familias de labradores acomodados y son ya caserÃos perfectos en cuando a su organización de espacios y funciones. En estos caserÃos guipuzcoanos de la primera generación tan solo el tramo delantero de la planta baja resulta habitable, mientras que el resto de la planta se dedica a establo, estercolero, almacén de sidra y de herramientas. La organización del piso superior, bajo la cubierta, gira en torno a una gran prensa de palanca, alrededor de la cual se disponen en compartimentos separados espacios para el granero, diversos secaderos, pajar, colmenares y desván.
Llama la atención que en la fase fundacional de la vida de los caserÃos, la invención de lo que habrá de ser el arquetipo de la casa tradicional de los labradores vascos se aborde como un extraordinario ejercicio de sincretismo cultural en lo que se refiere a las técnicas constructivas del edificio. A diferencia de lo que probablemente fue habitual a lo largo de casi toda la Edad Media, periodo en el que las cabañas eran objeto de autoconstrucción por parte de sus usuarios, la responsabilidad de la planificación y ejecución de la obra de los nuevos caserÃos recaÃa exclusivamente en artesanos profesionales, en técnicos especializados que se servÃan de un repertorio de conocimientos, herramientas y procedimientos no inventados por ellos mismos, sino adquiridos por préstamo en el contacto con otros especialistas procedentes de regiones distantes. AsÃ, en el nacimiento del caserÃo vasco convergen técnicas de canterÃa gótica aquitana, técnicas de carpinterÃa germánica, tecnologÃa mecánica de procedencia mediterránea y elementos de ornamentación de origen castellano y andalusÃ. Todo ello, sin embargo, puesto al servicio de una sÃntesis tipológica propia y diferenciada, ejecutado por artesanos locales y arraigado en un contexto socioeconómico expansivo, que no sólo era receptivo a los cambios e innovaciones, sino que precisaba de ellos para mantener su crecimiento.
Por lo que respecta a la canterÃa, los primeros caserÃos optan por un uso generalizado de paramentos de triple hoja de sillarejos labrados a picón, no escuadrados pero sà regularizados por hiladas. Es un tipo de aparejo puesto a punto en las fábricas religiosas y castrenses del occidente francés a comienzos del siglo XV y que durante la segunda mitad de la centuria llega al norte de Castilla y se difunde a partir del foco de Burgos. En el PaÃs Vasco hace su aparición en templos, casas torre y reparaciones de murallas urbanas de fines del siglo XV, para incorporarse sin apenas ningún desfase cronológico a la construcción de los nuevos caserÃos. Al principio los vecinos se detenÃan con admiración ante estas innovadoras granjas de piedra, como hacÃan los habitantes de Bergara en 1497 al señalar como lÃmite a uno de sus arrabales "la casa de cal y canto que hizo y edifico MartÃn Perez de Çavalotegui": el caserÃo Zabalotegi, que aún existe, pero en menos de dos generaciones los caserÃos con buenos muros de piedra: "de cal y canto", dejaron de ser excepcionales para convertirse en una presencia habitual en los valles del PaÃs Vasco.
La consistencia de estos muros góticos resulta a todas luces desproporcionada para las necesidades estructurales de los edificios rurales. Más aún cuando en ellos el esqueleto de carpintería adquiere un extraordinario protagonismo y una casi total autosuficiencia portante. Como los buenos paramentos de piedra resultan proporcionalmente más caros y también más prescindibles que la buena viguería, a medio plazo serán la estructura lígnea y los profesionales que de ella se encargan quienes lideren el mercado de construcción de nuevos caseríos y orienten las líneas de evolución arquitectónica de los mismos.
Las carpinterías más antiguas de los caseríos vascos son estructuras exentas de jaula autoportante, en las que los elementos verticales son postes enterizos de gran escuadría dispuestos sobre una planta de cuadrícula regular; una cuadrícula que se hace explícita en las jácenas y carreras ortogonales que enlazan entre sí los postes y sobre la que reposa la solibería de forjados. Este esqueleto lígneo se completa con armaduras de correas y cubiertas de cabrios a doble vertiente.
Un rasgo característico de estas estructuras es que todas las uniones entre las piezas que las forman se realizan mediante ensamblajes a caja y espiga aseguradas frente a los esfuerzos de tracción por pasadores o clavijas de madera, sin que nunca se utilicen los clavos de hierro, entre otras razones porque la madera de roble en ambientes húmedos corroe los metales.
Otro de los distintivos de las primeras carpinterías de los caseríos, que va a permanecer como fórmula en vigor con pocas variaciones hasta mediados del siglo XVII, es la utilización generalizada de tornapuntas y piezas oblicuas como elemento de rigidización entre los postes verticales y las vigas horizontales. Estos tornapuntas se ensamblan habitualmente a cara con las piezas mayores a las que auxilian y lo hacen adoptando complicadas siluetas curvas que denominamos "de golondrina" porque recuerdan la figura de un pájaro explayado. Esta solución tan elaborada, que requiere un esfuerzo suplementario que va más allá de las necesidades estrictamente funcionales, está lejos de ser una ocurrencia individual o una invención local. Aunque su uso estuvo generalizado en toda la vertiente atlántica del País Vasco, a ambos lados del río Bidasoa, su origen se encuentra en el sur de Alemania a la altura del segundo tercio del siglo XV, en las nuevas técnicas de carpintería de armar diseñadas por los maestros góticos suabos.