Aun no está claro por que vías se produjo la adquisición de esta tecnología carpinteril germana. Obviamente los miles de caseríos vascos edificados en el siglo XVI no fueron armados por artesanos suabos, de cuya posible presencia en la zona no existe noticia alguna, sino por carpinteros locales. Lo sorprendente es que estos artesanos vascos comenzaron a utilizar de forma repentina, aunque con total eficacia, una técnica sofisticada de la cual no tenían ninguna experiencia previa. Cabe de nuevo plantear que el aprendizaje se produjera en el entorno de Burgos, y en particular en la obra de su catedral, dirigida por una familia de maestros alemanes desde 1442 y en la que está bien documentada la participación de numerosos oficiales y artesanos temporeros procedentes del País Vasco.
A pesar de que las técnicas de arriostramiento y las formas de los ensamblajes de la madera de los caseríos delatan un inequívoco origen altogermano, no ocurre lo mismo con la ordenación general de la estructura de carpintería y mucho menos con la tipología de armaduras de cubierta. Desde los ejemplares más antiguos conocidos, en todos los caseríos guipuzcoanos, y en muchos de los territorios vecinos, la organización estructural del edificio está determinada por la integración en la misma de una gran máquina de prensar manzanas.
Este lagar es un enorme artilugio mecánico de madera situado en la planta primera del caserÃo, ocupando el eje central de la misma en toda su longitud. El elemento fundamental de la prensa es un gran tronco de árbol escuadrado, de 9 a 13 metros de largo, que actúa como brazo de palanca accionado a tracción por un mecanismo de tornillo vertical situado en el extremo delantero del mismo. Esta viga palanca aplica su esfuerzo sobre una plataforma de prensado denominada masera, en la que previamente se han acumulado las manzanas troceadas cubiertas por un castillete de tablas y maderos que permite distribuir uniformemente la presión. Para resistir esta carga es preciso que la masera se apoye sobre un forjado de enormes vigas paralelas a la palanca, que se conocen como sobigaños, los cuales, sorprendentemente, descansan sobre dos jácenas transversales mucho más delgadas. Para mayor desconcierto, una de estas jácenas, la trasera, a la que hemos denominado "ballesta", suele aparecer con sus extremos libres, en voladizo.
Para evitar el movimiento horizontal de bamboleo de la viga palanca, y con él el desplazamiento del punto de apoyo, ésta aparece enmarcada por dos parejas de postes llamados bernias. Estos postes son los mayores de todo el caserÃo, ya que al estar situados en el centro soportan directamente la cumbrera del edificio y determinan por tanto la altura total del mismo. Simultáneamente las bernias son solidarias con el resto de la estructura de viguerÃa, con la cual se enlazan, de modo que no resulta exagerado afirmar que el lagar no solo determina dos de las medidas básicas del volumen del edificio longitud y altura sino que condiciona toda la ordenación estructural y con ella la distribución espacial del caserÃo.
El protagonismo de la máquina de producir sidra en la estructura de la casa de labranza no tiene ningún paralelismo conocido en toda la arquitectura popular europea y constituye uno de los rasgos históricos más originales del caserío guipuzcoano. Sin embargo la tecnología de este tipo de prensas estaba muy lejos de ser una invención local. Por la misma época el uso de artefactos similares estaba difundido de un extremo a otro de la cuenca mediterránea y en todas las regiones de la Europa templada. Su origen parece estar en el territorio de Siria hacia el siglo III a. C., pero fue la civilización romana la que las difundió en todas sus villas agrícolas esclavistas, dedicándose inicialmente a la producción de aceite y en una fase más tardía a la de vino. En el norte de la península ibérica la herencia tecnológica de Roma sobrevivió en las bodegas de los monasterios altomedievales y fueron los monjes quienes la enseñaron a los campesinos de la cornisa cantábrica como parte de su proyecto de extracción de rentas aplicado a una tierra que no producía más cosa apetecible que grandes cosechas de manzanas. Los labradores guipuzcoanos de la Baja Edad Media conocían y utilizaban habitualmente las prensas de sidra, pero estas debían de ser máquinas mucho más pequeñas, situadas bajo la protección de una sencilla tejavana en las proximidades de la cabaña que les servía de vivienda. La genialidad del salto cultural que se produjo a fines del siglo XV con la invención del caserío fue la de incorporar el lagar a la estructura de la unidad de habitación, aunque tal vez resultaría más correcto describirlo en términos inversos, porque dado el tamaño colosal que alcanzaron las nuevas prensas cabría decir que fueron las personas y sus animales domésticos quienes se trasladaron a vivir al interior de la máquina.
La simbiosis de vivienda y lagar fue unánime en todos los caseríos guipuzcoanos del siglo XVI. Se construyó una amplia variedad de casas de labranza en aquella época, con diferentes niveles de calidad, diferentes combinaciones de materiales, criterios de composición y de organización estructural y espacial, pero nadie fue capaz de renunciar a disponer de su propia sidrería familiar, aun cuando estos ingenios suponían un importante incremento en el costo de la construcción de la casa y tan solo se utilizaban durante una semana al año.
Igartubeiti es hoy en día el único caserío en el que puede apreciarse como eran estos edificios-máquina que por sus exageradas dimensiones, y por sus dificultades de mantenimiento, y en particular de sustitución de piezas, dejaron de construirse a mediados del siglo XVII, aun cuando alguno se haya mantenido en activo hasta la primera década del siglo XX.